Enviado por Silvia Ribeiro el
Silvia Ribeiro Una empresa semillera estadunidense presentó una solicitud para patentar las calabazas. ¿Suena a cuento? Lamentablemente, si la Oficina de Marcas y Patentes de Estados Unidos (USPTO) concede la patente US20080301830, la realidad habrá superado nuevamente a la ficción. La empresa Siegers Seed Company, con base en Michigan, Estados Unidos, pretende lograr el monopolio sobre todas las calabazas que tengan alguna rugosidad (como verrugas) en la cáscara. Esto comprende muchísimas de las calabazas de mayor consumo en el mundo. La solicitud fue publicada el 4 de diciembre 2008, y aún no ha sido finalmente otorgada, pero pone al descubierto lo arbitrario y absurdo del sistema de patentes. Siegers Seed Company presentó 25 puntos reclamando el monopolio sobre estas calabazas. Por ejemplo, sobre las que tengan una o más verrugas que cubran de 5 a 50 por ciento de su superficie y todas las que tengan determinadas formas, medidas y colores de esas rugosidades. También reclaman el monopolio sobre variedades específicas (Cucurbita maxima y Cucurbita pepo) que tengan verrugas, lo cual incluye las calabazas anaranjadas, el zapallo, calabacín, calabaza italiana, calabazas de cubierta dura (jícaras) y otras. Los reclamos abarcan la planta entera, la semillas y el tejido de cualquiera que cumpla con esas condiciones. Por si fuera poco, la solicitud también reclama que este monopolio se aplique a los predios donde cualquiera de estas calabazas se encuentren presentes de 10 a 75 por ciento. Una patente no es más que un pedazo de papel en el cual una oficina de patentes concede al solicitante el monopolio exclusivo de un “invento” por 20 años –y la fuerza legal para ejercerlo. Para ello, el solicitante tiene que demostrar que lo que intenta patentar es nuevo, es inventado y tiene utilidad industrial. Las calabazas, zapallos, calabacines, etcétera, o sea todas las cucurbitáceas, tienen centro de origen en México y otras zonas de América del Norte. Han sido adaptadas desde hace 10 mil años, con enorme diversidad –que por supuesto incluye las rugosidades de la cáscara– por las y los campesinos e indígenas de esa región, proceso que continúa hasta nuestros días. Por lo tanto, todos los reclamos de Siegers Seed Company no son más que clarísima y ramplona biopiratería. El Grupo ETC y otros, incluyendo cultivadores y vendedores de calabazas en Estados Unidos, han enviado numerosas evidencias a la USPTO demandando que no se otorgue esta patente. Lo lógico sería que la USPTO la denegara, por tener una amplia historia de “arte previo” –así se llama cuando algo no es nuevo ni inventado, en la jerga del sistema de patentes. Sin embargo, aunque parezca absurdo, hay riesgo de que la USPTO otorgue esta patente. Baste recordar otro caso similar: en 1999 concedió a Larry Proctor, en Colorado, Estados Unidos, una patente monopólica sobre los frijoles amarillos mayocoba, llamados “Enola” en la patente. Pese a que era obvio y existe abundante documentación mostrado que esos frijoles son una variedad campesina desde hace cientos de años, Proctor obtuvo la patente e inició demandas contra cualquiera que intentara venderlos en Estados Unidos, asestando un certero golpe económico a todos los exportadores mexicanos de ese frijol y a los importadores en el país vecino. El año pasado, se logró, luego de años de denuncias públicas y varias engorrosas y costosísimas demandas, que la USPTO declarara nula esa patente, pero aún podría haber una apelación de parte de Proctor. Mientras tanto, escudado en la injusticia, viene ejerciendo el monopolio de mercado sobre estos frijoles amarillos desde hace 10 años, la mitad del tiempo de validez de una patente que nunca debió existir. Siguiendo el mismo camino, aún sin tener la respuesta final de la USPTO, la Siegers Seed Company ya envió cartas a productores de semillas de calabaza, reclamando su monopolio. Son sólo dos ejemplos, particularmente claros, entre miles de casos de biopiratería sobre semillas, plantas, microbios y conocimiento indígena sobre ellos. Lo que ponen de manifiesto es que el sistema de patentes en totalidad y de origen, está construido para favorecer a los privatizadores, legalizando el robo social que implica toda forma de patentamiento. Todas las formas de conocimiento (todas las semillas son producto de un vasto y sofisticado conocimiento colectivo) siempre han tenido y tienen una base colectiva y abierta, mientras que las patentes otorgan monopolios excluyentes a personas, empresas o instituciones. Quienes argumentan que es posible combatir estos despojos patentando antes que otros lo hagan, están apenas colaborando con el mismo sistema. La forma de combatirlos realmente es terminar con los sistemas de “propiedad” intelectual, un absurdo que de tanto repetirlo, parece que fuera normal. *Investigadora del Grupo ETC Publicado en La Jornada, 15 feb 09